¡Hola! De nuevo te doy las gracias por pasarte una semana más, lo que tiene más mérito todavía en esta época de veraneo.
Precisamente, creo que es durante esta estación cuando más prolifera el formato del que voy a hablar. Siendo honestos, es mucho más fácil llevar tu lectot y tus audiolibros a cualquier sitio que un libro y estos últimos son más apetecibles de escuchar ahora porque, presumiblemente, se tiene más tiempo, aunque sé que muchos los escucháis mientras se hacen las tareas del hogar.
Yo lo confieso: Tengo un problema de concentración con los audiolibros. No puedo hacer eso de escucharlo mientras hago otra cosa. Como si lo leyera, tengo que estar pendiente. Y me cuesta mucho meterme porque casi siempre se me va la mente a que debería estar haciendo X o Y, cosa que no me pasa leyendo en texto. A lo mejor es falta de entrenamiento, pero si me tengo que parar a escuchar, prefiero leer en otros formatos o, como mucho, usar los dos a la vez. Quizá sea por eso por lo que prefiero ver a booktubers y youtubers antes que escuchar un podcast, lo cual tampoco se me da bien. Se ve que estoy más atenta cuando estoy en una conversación que cuando tengo que escuchar un monólogo y no puedo realizar la escucha activa. Seguramente sea eso: Desde pequeña mi cerebro relaciona la escucha de audio con esperar una acción inmediata (e.g. Los listenings de inglés siempre requieren que completemos una actividad relacionada con lo que escuchamos a la vez que escuchamos; como digo, escucha activa).
Quizá sea egoismo puro, pero los únicos audiolibros que me animo a escuchar y consiguen que mi cerebro se meta en la historia como si estuviera leyendo en otros formatos son los narrados por mis actores favoritos, muy especialmente, los de Andrew Scott. ¿Por qué? probablemente porque mi cerebro ha sido entrenado en estos diez años que llevo siguiendo su carrera, pues ha hecho muchísimas adaptaciones radiofónicas de cuentos, novelas, teatro, biopics radiofónicos, publicidad radiofónica y hasta una estatua de Oscar Wilde en Dublin tiene un audio con su voz. Mi cerebro, cual perro de Pavlov, ya está predispuesto para prestarle atención al 100%. Pero al principio, me costó mucho porque no estoy acostumbrada. Lo forzó el hecho de que me era más fácil acceder a ese contenido qu ea películas o series antiguas suyas y a que era más prolífico en esos trabajos que en los visuales (quitando el teatro, claro, pero ese formato es casi imposible de conseguir online y, obviamente, yo no podía ni puedo ir tan alegremente).
Todo esto viene porque he intentado escuchar el audiolibro de El Nombre Del Viento, libro que tengo en mis pendientes desde hace eones. Hace unos días, descubrí que lo narraba Raúl Llorens, uno de mis actores de doblaje español favoritos desde que lo descubrí doblando a Orlando Bloom en la trilogía Piratas del Caribe. Tiene una voz muy bonita y, descubrir que lo narraba él me animó a darle un intento. ¿Resultado? Que ya no sé si intentarlo con el libro. Me aburrí mucho y de nuevo mi mente empezó a decir que tenía mejores cosas que hacer. Cuando me di cuenta de que tenía que echar el audio hacia atrás para volver a enterarme de algo aún habiendo dejado todo y estando sola con el audio, supe que tenía que parar. Y esta vez, creo (creo) que es por la historia, no por su formato. Si queréis darle un intento, podéis encontrarlo en plataformas especializadas o bien, si lo queréis escuchar gratis, id a youtube.
En resumen: ¿Puedo escuchar audiolibros? Depende. ¿Que quizá todo se solucionaría si forzara mi cerebro a escuchar pasivamente? Puede. Pero, simplemente, mientras pueda leer con la vista, no me apetece entrenar a mi cerebro a algo que no puedo hacer simultáneamente como debería.
¿Y vosotros? ¿Leéis mucho o poco en audiolibro? Contadme en comentarios.
Gracias por seguir ahí. Nos vemos el viernes que viene.
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